Juanjo y la loca de Arriquibar

La decisión
Aquella Mañana Juanjo tomo una decisión. Ya no esperaba nada de la vida y decidió el suicidio, pero antes de eso se iba a pegar la “Fiesta Padre” y después se arrojaría a la Ria de Bilbao. Salió camino del Banco y sacó medio millón de pesetas y regreso a casa. Escribió una nota diciendo que se suicidaba porque su vida no tenía razón de existir y porque la vida no se había portado bien con él y lo desgraciado y deprimido que se sentía. Había perdido el trabajo hacía dos años y no conseguía encontrar otro. Ya era mayor para trabajar y demasiado joven para jubilarse. Su mujer lo había abandonado precisamente por ese motivo y otros relacionados y derivados de la falta de recursos económicos. La convivencia en esa situación se hace difícil. Muchos matrimonios se deshicieron con la llegada de la crisis económica que asoló a todo el país Vasco sobre todo en los 80´s. Una autentica desgracia y tragedia para muchas familias sobre todo teniendo hijos, como Juanjo que tenía una niña de cuatro años.
Después de acabar la nota se preparó un cubata de Santa Teresa y miro algunos papeles para dejar las cosas ordenadas para cuando vinieran a casa a buscarle por su desaparición, se bebió la copa y se metió a la cama Durmió hasta las siete de la tarde se levantó y se vistió tranquilamente con su mejor ropa roquera, que consistía en un pantalón vaquero negro y una camiseta negra con el anagrama de Los Ramones. Se calzó unas botas también negras, se acicaló y salió a la calle.
Deambulando por las Siete Calles
Bajó al Casco Viejo y le compro al Moro conocido como “El Guapo de Somera” un talego de 100 gramos de hachís y luego a otro camello 10 gramos de Cocaína y se fue al bar Javier de Barrenkale a tomar algo. Invito a toda la taberna a las consumiciones que quisieran y le preguntaron si estaba celebrando algo. El contesto que si, que esa noche se iba a librar de todos sus males. La gente y el tabernero no entendieron nada, pues ya estaban acostumbrados a esas salidas extrañas y a veces irónicas de Juanjo.
Hizo unos cuantos porros y los fue distribuyendo por la taberna a todos los conocidos, un amigo marroquí del Rif llamado Mustapha “Alias el Pirata” le comento.
– ¡Joder Juanjo estas hoy que te sales!
– ¡Bah, no será para tanto! Contesto Juanjo.
Siguieron bebiendo y fumando y Juanjo se fue al water a meterse una raya de cocaína. Pago todas las consumiciones al tabernero y se marchó a otro bar. Llego hasta el bar Txakurtto de la calle del Perro. Lo llaman así porque al final de la calle hay una fuente con tres cabezas de León y cuando lo estaban construyendo alguien dijo que aquello parecía un perro en vez de un León y desde entonces ha sido la calle del Perro en el Casco Viejo bilbaíno. Pidió un cubata a Pilar la tabernera y estuvo charlando con ella contándole su secreto que nunca se atrevió a decirle. Ella era su amor platónico y cuando fueron jóvenes estuvo enamorado y que nunca se lo dijo porque era una mujer de mucho carácter y siempre creyó que aquella mujer no era para él.
El bar comenzó a llenarse de gente para picar los buenos pintxos que siempre prepara Pilar y dejaron de hablar, se bebió la copa y se despidió de la tabernera con un ¡Hasta Siempre! Ya eran las diez de la noche y decidió ir a cenar, dudó un poco pero al final eligió ir al Restaurante Iñakiren Taberna de la calle Barrenkale Barrena y subió al comedor. Pidió una sopa de Pescado y un Rape al Horno, de postre una Cuajada y un Café, pago la cuenta e hizo bromas con la cocinera, Después se fue al Pub Lasai de la calle Ronda, donde su amigo Murphy, y le pidió un cubata. Se hizo un porro y lo compartió con el barman, pasaron un rato largo charlando de la vida y arreglando el mundo mientras iba tomando más cubatas. Marchó al water a meterse otra raya de Cocaína y echó una meada larga mientras miraba la pared y pensaba por dónde se iba a tirar a la ría de Bilbao, si por el Ayuntamiento o el puente de la Salve, ésta opción le pareció mejor, pues había mas altura y posiblemente se muriera antes de llegar al agua.
Salió del Lasai y se dirigió al Gaueko, un bar que estaba en la calle Ronda, el otro extremo de las Siete Calles que era como el Rockola de Madrid, un Bar legendario del rock en Bilbao que se hizo muy famoso por sus conciertos de gran nivel con grupos locales y de otras zonas. Esa noche había Jam session con la Papa Blues Band y seguramente haría algunas canciones con la guitarra de Yves el francés.
Después de saludar a los músicos se acercó a la barra y pidió una botella de whisky de Bourbon y un vaso con hielo, saludó al Jefe de la sala que también era músico como él. Se sentó en una esquina y se hizo otro porro mientras iba viendo tocar a la Papa Blues Band en el escenario. Saludo a un grupo de ingleses que siempre estaban allí y que pertenecían al grupo Blue Fevers y que participaban en la Jam session casi siempre. Fue bebiéndose la botella de Bourbon y llego la hora de la participación del público y subió al escenario, el francés le cedió la guitarra y se puso a cantar una canción de blues lento que la tocaba mucho Eric Clapton llamado «Have You Ever Loved a Woman» y mientras lo cantaba se le iban humedeciendo los ojos, estaba recordando a una mujer que amó cuando era joven y a la que no iba a volver a ver más. Siguió bebiendo, fumando y metiéndose rayas de Cocaína por la nariz. Ya estaba completamente borracho pero se mantenía en pie por efecto de las drogas, llegaron las cuatro de la madrugada y salió del local dirigiéndose al bar Café de la Villa en la misma calle y siguió bebiendo, drogándose y despidiéndose de la camarera del bar (Con la que quedaba algunas noches para irse de juerga los dos). Le dijo adiós mil veces, totalmente borracho y meloso, la camarera lo aguantaba porque le conocía y sabia un poco de su vida, pero ese día estaba bastante pesado. Un cliente que no entendía mucho de aquello se metió por el medio para separarle del borracho y le amenazó. Juanjo, ni corto ni perezoso, al mismo momento le dio un puñetazo en la boca y el otro cayó desplomado. El que cayó era un catalán que tenía fama de robar carteras y que más tarde moriría de SIDA.
La camarera se enfado con él y le dijo que se fuera y Juanjo le respondió que sí que se iba y que no la volvería a ver jamás. La camarera le mióo con cara de resignación.
El momento crucial
Juanjo se acercó a la parada de taxis de la Iglesia San Antón y se montó en uno. Le indicó la dirección del número dos de Alameda de Rekalde y se bajo, siguió andando y se dirigió al puente de la Salve, al punto más alto. Se quedo mirando un instante al río que estaba con marea baja y pensó que eso era mejor que con la marea alta podría frenar la caída y no morirse, se sentó al lado de la barandilla y se hizo un porro .
Mientras fumaba miraba las luces de la ciudad y pensaba que aquél era su último porro de hachís. Pensó en su vida lo alegre que fue en su juventud y lo desgraciado que era ahora, era un hombre sin futuro, fracasado, estaba completamente sólo en su interior y exteriormente sin nadie a quien amar por las noches. Pasaron por su mente los errores cometidos en su vida, lo irresponsable que fue algunas veces, el no haberse preparado lo suficientemente para el futuro. Pero era un producto del Franquismo, había gastado su juventud comprometiéndose demasiado como activista político, se jugó la vida en manifestaciones, arrojando propaganda, colocando pancartas, peleando en las barricadas, detenido más de cien veces y más tarde encarcelado y torturado. Y ¿ahora qué? Los políticos habían traicionado todo en lo que creyó entonces. Era nieto de los que perdieron la guerra y estaba influenciado de toda la ideología aprendida en casa y en la calle. Tenía que haber seguido siendo músico pensó al final, no haber abandonado nunca lo que era su vocación y haber estudiado todo lo posible para ser un buen guitarrista, pero tampoco tuvo un apoyo expreso de sus progenitores que deseaban otras cosas de sus hijos y ser músico era una mala carrera, la pobreza estaba asegurada ¡Pobreza! Se dijo en su interior ¡Mas pobre que ahora no seré nunca! El último porro le subió por toda la cabeza. Apenas sentía el cuerpo y podía levantarse del suelo poco a poco. Se colocó en la barandilla para tirarse.
Se sentó a medias con un pie en un lado y el otro fuera de la barandilla, miró a su alrededor como para despedirse de Bilbao y de la Vida y cerró los ojos, fue soltándose lentamente y escucho una voz fuerte que decía ¡Aita! Se agarró de nuevo a la barandilla y se quedó casi en blanco totalmente confuso y obnubilado. Miró alrededor y se volvió de nuevo a sentar encima de la acera del puente. Comenzó a llorar fuerte y angustiadamente,
– ¡Ay lo que he ido a hacer! se decía.
– ¡Hija mía¡ mientras lloraba amargamente viendo la imagen frágil de su pequeña hija. Una emoción surgía de su alma: era la Ternura mas grande que había sentido nunca ¡Su hija! ¡Su tesoro más preciado! Seguro que le necesitaría. No podía abandonar a aquella niña.
El mangui
Pasó algunas horas sentado en la acera del puente, los efectos de las drogas y el alcohol se fueron disipando. Se incorporó y tomó el ascensor del puente para bajar al otro lado de la ria y andando por la orilla derecha se le acerco un tipo con mala pinta que estuvo medio oculto detrás de uno de los árboles del paseo ¡Ya estamos! exclamo Juanjo, Sabía que quería darle el palo. La actitud del tipo le delataba y Juanjo sabía mucho de la calle. Antes de que el tipo dijera nada, le arreó un puñetazo y varias patadas. Lo enganchó con ambas manos y lo tiró a la ría y siguió caminando, oyendo los gritos de auxilio de aquel tipo, mientras pensaba ¡Otra mierda menos en Bilbao!. Llegó hasta el parque del Arenal bilbaíno. Estaba cansado por el alcohol y la tensión acumulada de su intento de suicidio y aquella pelea y se sentó en un banco. Se fumó un cigarro y se quedó pensativo. Iba a hacer la locura criminal más grande que se puede hacer: abandonar a una chiquilla pequeña y dejarla sin padre que tanto la amaba y la niña también como le quería. Un supuesto mangui pagó las consecuencias esa noche, nunca supo si aquel individuo murió porque en la prensa del día siguiente no apareció ninguna noticia sobre el tipo. Comenzó a recordar cuando era una bebé y los paseos por el Casco Viejo los domingos con ella, iban a comer pintxos de txampiñon a Somera y de bacalao en la calle Santa María en el bar Gatz, también a intercambiar cromos de una colección y comprar piedras minerales a la Plaza Nueva.
Juanjo sonreía viendo esas imágenes. Pensó que tenía que resistir como fuera por la niña y sobrevivir para verla crecer. Encendió otro cigarro y esperó a fumárselo para ir a casa. En ese momento se levantó una niebla espesa sobre el parque. Juanjo no había visto una niebla como aquella en el Arenal en toda la vida, era blanca, espesa y rara.
Un encuentro inesperado
Había un silencio y una calma especial, sintió como que aquello se transformaba en otro mundo, otra época. Las luces del parque se veían raras y la Iglesia de San Nicolás sobresalía por la niebla fantasmagóricamente. Juanjo no salía del asombro. El sonido de las distintas fuentes del Arenal parecían voces. Se escuchaba también algún sonido de aleteos de aves y algún canto de los Mirlos. No se atrevía a moverse de allí. Estaba medio asustado y a la vez feliz de aquella sensación. Estaba viviendo un momento casi mágico y pensó que a lo mejor sería por los efectos de las drogas que aún no se le había pasado y que estaba alucinando. Divisó una sombra que se le acercaba y se puso en guardia. La sombra, al reflejo de una luz, daba un aspecto de miedo y siniestritud y Juanjo pensó que a lo mejor se estaba muriendo allí mismo y aquella figura era La Parka. Entró en un estado de angustia y se levantó de un salto, pero la sombra le habló:

-¡No te asustes hijo! Le dijo mientras se acercaba. Juanjo vio a una mujer con aspecto de vagabunda que llevaba unas bolsas en la mano y a su lado había un perrito de raza callejera muy asustado. La señora se sentó en el banco y Juanjo hizo lo mismo y se quedo observándola. La señora tenía una cara bella y unos ojos hermosos pero con aspecto de cansancio, sus cabellos eran rubios y parecía que tenía buen talle aunque con toda la ropa que llevaba no parecía. La señora también le observaba, el perrito se puso debajo del banco acurrucado a los pies de la señora. Ésta dejó los bultos y después se estuvo colocando bien la ropa, sacó un ovillo de lana y unas agujas de hacer ganchillo y siguió trabajando una especie de gorra de lana, Juanjo la miraba asombrado. La señora miró hacia el cielo y exclamó:
-Pronto pasara ésta niebla y hará un buen día, y luego miró a Juanjo y preguntó:
– ¿Que haces aquí?
– Estar, contestó Juanjo.
– Pareces un borracho, le dijo la señora
– Si, pero se me esta pasando, contestó él.
– ¿Y por qué has bebido?, le preguntó ella.
– Problemas de la vida, dijo él.
– ¿Qué sacas con beber? Con eso no sacas nada en limpio. Lo que tienes que hacer es enfrentarte a tus problemas, dijo ella.
– Ya lo sé, contestó Juanjo. Y se puso a hablar comentándole la locura que estuvo a punto de cometer aquella noche, cómo escucho la voz de su hija y que eso le salvo de la muerte. Le contó que no tenía trabajo ni esperanzas de encontrarlo, que la situación del empleo estaba muy mal y que intentó buscar otro tipo de empleo. Que hizo cursillos, pero que por edad no le empleaba nadie en ningún sitio y que tiraba la toalla.
La señora le contó que ella también había pasado por esa situación, aunque era distinta, ella había sido una actriz famosa de Bilbao y que por amor a un hombre se buscó la ruina, que el hombre la dejó y se casó con otra y que ella todavía estaba loca por él. Le iba a ver todos los días a su trabajo, que estaba en el parque de la Plaza Arriquibar y que ahora la llamaban la loca de Arriquibar. Estuvieron un rato largo charlando y Juanjo se quedó dormido.
Se despertó con el sonido de una trompeta, era un Rumano que estaba en el Puente del arenal y que tocaba un boggie de Louis Amstrong. Era el «Go marchining».. Juanjo miró a su alrededor y vió el parque del Arenal como siempre lo había visto todos los días. La señora ya no estaba y pensó que quizá estuvo soñando, pues la loca de Arriquibar había muerto hace tiempo.
El desenlace
Fue a levantarse y se encontró a su lado un periódico, lo cogió para llevárselo y observo que era el diario El Correo, abierto justo en la zona de anuncios de empleo, Leyó en letras grandes un anuncio que decía: “Se necesita encargado para establecimiento Hostelero en el Casco Viejo, se precisa experiencia, dotes de mando y amplios conocimientos de música. Interesados llamar para entrevista” ¡No se lo podía creer! Él era todo eso, miró la fecha y vió que era de ese mismo día. Se levantó y caminó hasta la Plaza de Don Diego López de Haro y entró en una Cafetería llamada Colavidas en la calle Hurtado de Amézaga para llamar por teléfono, el barman le miró un poco raro pues tenía un aspecto sucio y de vagabundo. Juanjo llamó por la cabina del bar y quedo a las ocho de la tarde para la entrevista, después marchó a casa, durmió hasta las seis de la tarde, se duchó y se puso ropa limpia y se presentó a la cita. A la mañana siguiente, le llamaron para decirle que él puesto era suyo.
Un día que pasé por allí a tomar un café, me lo encontré y me contó lo que le había pasado ¡Había sucedido un milagro!
Autor: Gotzon Monasterio